En tiempos de la Colonia vivía una
mujer muy bella de la que se creía estaba en contacto con el diablo. Tenía su
casa en Córdoba y había nacido hacia tanto tiempo que ni el más viejo de los
hombres se acordaba de cuando la había visto por primera vez. Todos la
llamaban, simplemente, la Mulata de Córdoba. Llevaba una vida ejemplar, pues
ayudaba a todos los que estaban en dificultades y les daba de comer a los
hambrientos; vestía ropa sencilla y siempre iba limpia y bien arreglada. Pero,
al mismo tiempo, era una bruja muy malvada. Siempre se aparecía a la misma hora
ante distintas personas y en diferentes lugares; también se le veía volar por
el aire más arriba de las azoteas, con chispas luminosas saliendo de sus ojos.
Todos los jóvenes de Córdoba estaban
enamorados de la Mulata, pero ella nunca les hizo caso. Por eso pensaban que
estaba casada con el diablo. Se decía que era tan poderosa y que podía hacer
tales magias que podría llamársele la defensora de lo imposible. Las solteras
que buscaban marido acudían a ella, así como damas pobres que deseaban joyas y
vestidos finos para ir a la Corte. También los mineros que querían encontrar
plata en las minas iban con la Mulata. (Esto es lo dicho: yo no soy la Mulata
de Córdoba, se les dice a las personas que piden favores imposibles). Un día,
de pronto, llegaron unos hombres y se llevaron a la Mulata de Córdoba a la
ciudad de México y la metieron a la cárcel. Algunos decían que la habían
arrestado más por todo el dinero que tenía que por ser bruja, y que cuando la
agarraron le habían quitado diez barriles llenos de oro. Aquellos eran los
tiempos en que se quemaba a las brujas y un buen día se anunció que iban a
quemar a la Mulata. Pero antes de que la noticia terminara de correr, hubo otra
todavía mayor: que la bruja había escapado. ¿Cómo pudo ser posible? ¡Estaba encerrada
bajo llave! Los guardias la vigilaban de día y de noche. Se dijeron muchas
cosas de su huida, pero lo que en realidad pasó fue lo siguiente: uno de los
inquisidores fue a la cárcel para convencer a la Mulata de que se arrepintiera.
Cuando abrió la puerta de su celda, que era grande y con el techo muy alto, se
quedó sorprendido. En la pared estaba dibujado con carbón un gran barco que
tenía todo lo que necesita cualquier barco de verdad. La Mulata vio al hombre
con sus malvados ojos negros y le dijo: —Padre, ¿qué necesita este barco para
ser perfecto?
El inquisidor, reponiéndose de su
asombro, le respondió: — ¡Mujer desdichada, tú eres la que está muy lejos de
ser perfecta! En cuanto a ese barco, está tan perfectamente bien dibujado que
lo único que le falta es que navegue.
—Pues eso mismo va a hacer, dijo la
Mulata, ¡y muy lejos!
— ¿Cómo puede ser posible?—preguntó.
— ¡Así!—contestó la Mulata.
Francisco Hinojosa